La ruptura amorosa. Cómo transitar el duelo
Cuando dejo ir lo que soy, me convierto en lo que podría ser.
Cuando dejo ir lo que tengo recibo lo que necesito.
Lao Tzu
Uno de los tránsitos más dolorosos que vivimos a lo largo de nuestra vida es la ruptura de la relación de pareja. El desenlace puede provenir de una ruptura anunciada, decidida por una o ambas partes tras un deterioro evidente de la relación desde tiempo atrás. Otras veces, la decisión es tomada por una de las partes unilateralmente, y recibida de manera inesperada por la otra. Desprenderse de un vínculo amoroso siempre resulta costoso. Según sea el modo de proceder, también será diferente el tránsito por el duelo y el proceso de recuperación personal.
Ante una separación, no nos sentimos de igual modo si somos quienes decidimos la ruptura o si lo decide nuestra pareja. Cuando dejamos una relación, puede aflorar el sentimiento de culpa por causar la aflicción de la otra persona. En ocasiones, ésta puede reprocharnos lo injusto de la decisión, por no intentar hacer todo lo posible para restaurar la armonía en la relación. En cambio, si nos dejan, los sentimientos que suelen aparecer pueden fluctuar desde la impotencia, tristeza profunda, rabia o frustración y la idea de ser engañados o traicionados.
El que ambas personas participen conjuntamente de la decisión suele favorecer, aunque no garantizar, una mejor adaptación al proceso de duelo. En cualquier caso, les llevará un tiempo asimilar este cambio en sus vidas. En la mayoría de los casos, conlleva una readaptación del estilo de vida, a veces supone también un cambio de vivienda, de lugar de residencia, de trabajo e incluso de relaciones personales.
A lo largo del proceso de duelo podemos transitar por diferentes estados de ánimo. Algunas personas sentirán alivio o tranquilidad si habían discusiones y estas han cesado. Otras experimentan un sentimiento de vacío, especialmente quien ha sido "dejado", y la idea de abandono o rechazo es casi inevitable. También podemos negar la realidad, sentir sorpresa o incredulidad por el impacto de tener que asumir que la relación ha finalizado y de ahí podemos comenzar a sentir enfado o tristeza. El deseo de permanecer junto a nuestra pareja se combina con la confusión y el cuestionarnos qué hemos hecho mal. En ocasiones pueden darse uno o varios intentos de reconciliación ante la dificultad de asimilar la ruptura como definitiva.
La persona que decide dejar la relación puede sentirse culpable del dolor y el daño que pueda sufrir la otra persona y los hijos, si los hay. Muchas veces, se tienen dudas sobre la decisión tomada, y a esto se une el temor al cambio que pueda suponer en su vida. Así, muchas parejas retoman de nuevo la relación sin éxito, acumulando mas frustración, para finalmente separarse.
Otro de los sentimientos por los que podemos transitar es la desesperanza. Esto es así cuando nos cuesta adaptarnos a la nueva situación y si se suma una autoestima baja, pueden emerger sentimientos de profundo pesar e insuficiencia personal que pueden dar paso a la culpa, y a pensamientos pesimistas ante la posibilidad de establecer una nueva relación, generándose la desconfianza en iniciar una nueva relación de pareja en el futuro.
En ocasiones podemos experimentar lo que se denomina ilusión de reconciliación, podemos intentar conectar con la persona para retomar la relación, con la falsa esperanza de que sea posible una reconciliación. En este momento podemos buscar razones que le hayan llevado a nuestra pareja a tomar la decisión de ruptura, si lo que se ha argumentado no nos resulta convincente, y al mismo tiempo buscar alternativas como proponer iniciar una terapia de pareja, que no siempre es acogida con agrado por la otra persona, sintiendo que ya se llega tarde. Para llegar finalmente a confirmarse que no hay posibilidades reales de vuelta. En algunas personas se desarrolla el llamado Síndrome de Abstinencia Emocional, que le lleva a la imposibilidad de decir adiós. Incapaces de tolerar el dolor emocional se refugian en el desconcierto y el deseo de retomar la relación de una manera un tanto obsesiva. Cuando la insistencia es notoria nos encontraremos con reacciones como bloquear los contactos en redes sociales. Lo cual a su vez, será vivido con dolor y gran pesar.
El malestar y la incertidumbre pueden llevarnos a alternar sentimientos de amor y odio. Se puede pasar de no poder olvidar a la otra persona, a sentirnos resentidos por sus acciones y equivocaciones. La idealización y recriminación pueden ir cogidas de la mano en momentos de intenso sufrimiento. A veces, tal y como reaccionan algunas personas ante decisiones de su ex-pareja, parece que necesitan "enfadarse" para poder separarse emocionalmente. Cuanta menos tristeza nos permitimos sentir más nos inunda la rabia, y ésta es la peor guía para tomar decisiones beneficiosas para todos. Las parejas que son capaces de llorar juntos antes de despedirse, menos se enfadan y se enfrentan durante el proceso de separación. Pero entristecernos nos hace sentirnos vulnerables y no siempre deseamos compartirlo.
Poco a poco comenzamos a asimilar la realidad de que la ruptura es definitiva; y a considerar vivir nuestra vida sin contar con esa persona. Esta aceptación nos lleva a plantearnos que pueda ser una buena ocasión para planificar cambios necesarios en nuestra vida. Se comienza a buscar recursos y estrategias para seguir la vida cotidiana, crear nuevas rutinas y reformular nuevos objetivos personales.
En este punto, pueden haber encuentros para ultimar devoluciones de objetos que se conservan todavía, coincidir en algún lugar de ocio y comentar como se encuentran cada cual o conversar sobre cuestiones en torno a los hijos cuando los hay. Es posible mantener una relación amistosa a lo largo del tiempo, si hay voluntad por ambas partes. Para ello hemos de soltar los sentimientos de resentimiento, enfado, decepción o desconfianza. Cuando esto no se logra, se decide no mantener ningún tipo de contacto y evitar situaciones en las que puedan encontrarse. Aceptar la nueva situación no significa que la hayamos asimilado de una manera sana.
El último paso de todo este proceso será el de la superación. Cuando podemos recordar la relación con objetividad, valorar y apreciar las vivencias compartidas, los buenos momentos vividos y los aprendizajes incorporados. Poder detectar los errores cometidos por ambos, las necesidades no satisfechas y, sobre todo, entender el proceso que les llevó al cese de la relación. En ocasiones me encuentro con personas que me dicen que se llevan mejor con la madre o padre de sus hijos ahora separados, que cuando convivían juntos. Otras personas en cambio no contemplan retomar el contacto, por lo dificultoso que les resulta, por ser doloroso, por resentimiento, o por desear mantener los límites que considera necesarios tras lo vivido. Ponernos en el lugar del otro para entender su decisión o su proceder, no siempre nos resulta fácil. Cada relación de pareja es única y únicas son las reacciones emocionales y comportamentales que ambos mantengan durante la ruptura, y aún después.
Lo que contribuye a sentirnos en paz con nosotros mismos, y poder soltar y desprendernos de esa relación es poder conectar con lo bueno recibido, sentirnos agradecidos por lo vivido y aprendido, ya fuera agradable o desagradable. Dar un lugar en el corazón a esa persona que durante un tiempo ocupó un lugar especial en nuestra vida. Asentir a lo que fue, tal y cómo fue.
El vínculo permanecerá con nosotros, forma parte de nosotros, somos quienes somos gracias a lo vivido con esa persona. La relación se cierra cuando podemos asimilar este proceso.
Transitar por estos movimientos emocionales, mas o menos convulsos, no implica necesariamente que vayan a darse en ese orden ni que aparezcan todos los sentimientos descritos. Cada persona y cada relación supone un proceso diferente y único en sí mismo, como única fue esa relación vivida. Puesto que no hay dos relaciones iguales.
Algunas personas que acuden a mi consulta me preguntan ¿y esto, cuánto me va durar? "Esto", se refieren al laberinto emocional de caos, confusión, dolor, frustración, ansiedad, tensión, enfado, resentimiento, culpa, tristeza... por mencionar algunos sentimientos acompañados de pensamientos recurrentes de no poder olvidar a la persona, controlar la impulsividad de tomar decisiones precipitadas (como insistir en conversar sin respetar el ritmo de la otra persona o bloquear los contactos en redes sociales para reiniciarlos a continuación, por mencionar algunas acciones impulsivas), adoptar un comportamiento pasivo-agresivo, o simplemente no saber cómo proceder.
Cada persona recorrerá su propio camino de duelo, y vivirá el proceso como pueda, según las circunstancias que hayan acontecido, sus rasgos de personalidad, su nivel de tolerancia a la frustración, flexibilidad y adaptación al cambio y el apoyo social y familiar con el que cuente.
Reconocer la existencia de estos estados emocionales cambiantes puede ayudarnos a avanzar en el proceso, según el ritmo que cada persona necesite, y tomarnos el tiempo que le permita a nuestro corazón asimilar lo acontecido. Hemos de tener en cuenta, que el duelo supone también, renunciar a los proyectos, deseos y sueños que habíamos creado y esperábamos vivir con esa persona. Y es importante darnos un espacio para procesar todo esto. A veces la mente desea ir más deprisa que el corazón. Y será entonces cuando se evidencie nuestra incongruencia entre lo que decimos y hacemos.
El apoyo de personas próximas como familiares y amigos serán un sostén y facilitador importante a lo largo de todo el proceso. La psicoterapia también es un buen espacio de acompañamiento que contribuye a procesar y asimilar este cambio personal.
Un último aspecto a considerar es, la importancia de despedirnos de los familiares de quien ya es "nuestro ex" y en algunos casos, de amistades comunes. Para algunas personas es costoso dar este paso, y consideran que han de ser los demás los que contacten. En este caso conviene tener en cuenta, que la lealtad a veces les dificulta hacer determinados movimientos de acercamiento, lo cual no significa que no deseen despedirse de nosotros. Por ello un contacto, sea presencial o mediante llamada telefónica (nunca sugiero recurrir a mensajes en redes sociales), contribuirá a cerrar el proceso y no dejar abiertos asuntos inconclusos, tal y como se describe en la terapia gestalt.
Cuando en terapia acompaño a personas en su proceso de duelo tras una ruptura con la pareja, me encuentro con que una mayoría vienen con la expectativa de que el proceso sea indoloro y lo más rápido posible. No olvidemos que las relaciones de pareja aportan un vínculo que va mas allá de lo pasional, sexual, o amoroso. Nos proporciona un sentido vital, un significado existencial y una seguridad, que en ocasiones nos lleva a una fuerte dependencia de la que tendremos que aprender a deprendernos. Nos lleva a estructurar nuestras relaciones sociales con otras personas importantes para nosotros y nos nutre de muchos de los momentos más felices de nuestra vida. Por ello, hemos de darnos tiempo para reestructurar de nuevo nuestro proyecto vital.
Y por muy complicado e imposible que pueda parecer en un primer momento, puede acabar siendo uno de los mayores aprendizajes vitales que enriquezca nuestro ser. Aunque para entender eso, quizás necesitemos un poco más de tiempo del que desearíamos. En ocasiones, acompaño a personas en un proceso de desarrollo personal y descubren, con gran sorpresa, un duelo no resuelto con su primer amor, o una relación finalizada hace años. Asimilar, entender y reentender lo que nos aportó una relación, y lo que nos impidió continuarla lleva su tiempo, y hemos de concedérnoslo. Cada relación de pareja existe porque algo importante nos va a aportar, y contribuirá a enseñarnos algo que necesitemos aprender de nosotros mismos o de la vida.
Una ruptura afectiva no ha de verse como algo trágico. No es el fin del mundo, aunque nos lo pueda parecer en algún momento. Es el final de una etapa de nuestra vida y el inicio de otra, que seguro nos traerá buenas oportunidades y una versión más fuerte y hermosa de nosotros.
Integramos finalmente la ruptura, cuando podemos recordar con gratitud lo vivido y reconocer que somos quienes somos, gracias también, a las parejas que han formado parte de nuestra vida.
Rosa Martínez Enero 2020